"…Yo tuve una educación sexista. Mis padres no me dejaban jugar, ni siquiera estudiar con mis hermanos; aduciendo que las hembras no eran iguales, y lo que hacía un macho bien estaba, pero con las niñas era diferente…"
La confesión hecha al calor de un comentario entre amigas motivó el tema de este
Durante siglos la cultura occidental se ha asentado entre otros en el principio que las mujeres son diferentes de los hombres, inferiores y "dependientes", sustentado además en el criterio arraigado de la mujer como sexo débil y el hombre ser fuerte y agresivo. Esta forma de pensamiento llegó a convertirse en un modo de conducta y creó determinados estereotipos.
Desde la antigua Grecia ya se les asignaba a los dioses las cualidades masculinas de fuerza y vigor y a la mujer la belleza, la sensualidad, además de ser pasivas.
Sin embargo hoy estamos en condiciones de pensar que no son los factores biológicos los que limitan la participación de la mujer, sino que son factores socioculturales los que están incidiendo con gran fuerza.
En todo el siglo xx la participación social de la mujer ha ido creciendo, interviene en el mercado laboral, lo cual ha permitido ganarse un espacio y sumarse a un movimiento reivindicativo en
El desarrollo industrial permitió la entrada de la mujer en la dinámica político-administrativa y creó una visión diferente que rompe viejos paradigmas sobre su participación en la vida social.
Algunos autores de los Estados Unidos comenzaron a utilizar el término de género en lugar de sexo para designar las dimensiones psicológicas, culturales y sociales de la masculinidad y la feminidad, y mientras que sexo se utilizaba para designar las distinciones dicotómicas entre hombres y mujeres, basadas en las características fisiológicas que están determinadas genéticamente. Por consiguiente las diferencias entre sexo y género estaban destinadas a clarificar lo biológico frente a lo cultural.